En los primeros siete años de vida, el niño siembra el desarrollo de la voluntad individual, trabajando integralmente de sus energías físicas, anímicas y espirituales. Las actividades que se practican de manera cotidiana, amorosa y con un ritmo sostenido, junto a las actividades de festejos especiales, permiten que el niño adquiera las destrezas de ayudar, cuidar y generar valor y autoconfianza para la acción resuelta, comprendiendo los procesos, tiempo y todo lo involucrado en generar ellos mismos su entorno. En esta etapa el aprendizaje del niño se caracteriza por aprender imitando. Por este motivo, se preparan comidas, se fabrican juguetes, se practica coser, lavar, limpiar y trabajar en el jardín, realizar festejos especiales. Los niños disfrutan del juego, y en esa danza entre imitaciones y creaciones propias (no impuestas), se desenvuelven en un ambiente rodeado de elementos que permiten desplegar su imaginación, su fantasía, creando así facultades que más adelante se convertirán en el pensar creativo. La capacidad de asombro hacia el mundo, y la curiosidad en estado latente, invita a los niños a explorar su entorno desarrollando así un interés propio por conocer y experimentar. Jugando con elementos naturales experimentan y observan leyes de la naturaleza. El juego libre los nutre de experiencias aprendiendo a su manera, sin empujarlo a una intelectualización temprana. Los juguetes sencillos aseguran la libertad y despliegue creador de la fantasía infantil para imaginar. Los materiales nobles propician las impresiones sensoriales porque el niño vive con suma susceptibilidad en esta etapa. Del cultivo del lenguaje, deviene el pensamiento, por esto, la maestra narra cuentos, rondas alegóricas y juegos van ampliando la capacidad de expresión a través de nuevos vocabularios que amplían la capacidad lingüística, y de pensamiento. Las tareas artísticas estimulan al niño acrecentando sus energías vivenciales y creadoras: pintando, modelando, cantando, a través de euritmia, rondas, juegos rítmicos. A Través del ejemplo del adulto, el niño adquiere cualidades morales en su vivencia y en su hacer; se une a poderes morales y ordenadores, sin que se le impongan exteriormente como reglas o normas tipificadas. La cooperación de los padres se cultiva por juntas que revisan el desarrollo anímico espiritual del niño; su adelanto artístico y lingüístico, así como otras cuestiones de alimentación, juguetes, etc. Las visitas domiciliarias fortalecen el contacto con los padres, buscando la máxima comprensión individual del niño.